Dólares que crecen en los árboles

Las exportaciones del complejo frutihortícola y vitivinícola compensan con su superávit el déficit comercial de la industria automotriz

Por fin un respiro para las economías regionales. La Argentina y Brasil llegaron a un acuerdo para levantar algunas de las tantas medidas paraancelarias, más específicamente aquellas que impedían en envío de frutas a Brasil, y que dificultan el comercio entre los países miembros del área de libre comercio conocida como Mercosur.

Todo comenzó en diciembre de  2012 cuando se detectó en diciembre de 2012 en el estado de Paraná un caso atípico de encefalopatía espongiforme bovina (EEB), también conocida como «vaca loca» para los simples mortales, es una vaca que había muerto en 2010. La paranoia rápidamente se hizo eco y pese a que la Organización Mundial de la Salud declaró a Brasil como país de riesgo insignificante para EEB, el embargo al comercio de carne de res proveniente de la tierra del carnaval no tardó en instalarse. Sin dudas éste fue un duro golpe para el principal exportador mundial de proteína vacuna.

La Argentina, sin ser un destino del producto afectado, se sumó a las sanciones, pero a diferencia de otros países, como Rusia, las mantuvo más de lo necesario. Esto provocó el descontento de los funcionarios brasileños que veían las restricciones al comercio de carne como una mancha que afectaba negativamente a la imagen de su país. La revancha no se hizo esperar.

A principios de año, la ministra de Agricultura Kátia Abreu informó que los controles realizados por la Argentina para combatir la Cydia Pomonella o gusano de la mazana, eran insuficientes. Acto seguido frenó el ingreso de peras, manzanas y membrillos argentinos, principalmente de Río Negro, Neuquén y Mendoza. Inmediatamente se frenaron los envíos de esas frutas y se puso en jaque  la comercialización de  140.000 toneladas de peras y 50.000 de manzanas.

Afortunadamente, luego de tres meses de negociaciones, la Argentina y Brasil llegaron a un acuerdo para levantar conjuntamente las restricciones del comercio de carne y frutas. El conflicto dejó una cicatriz: nuestros productos deberán someterse a un proceso de ocho semanas a temperaturas de cero grado para garantizar que se encuentran libre de gusanos. Este procedimiento, obviamente, eleva los costos y, seguramente, será absorvido por el productor local.

Si bien para muchos porteños las exportaciones de frutas pueden parecernos un vuelto en comparación con el comercio pujante y en comparación con el comercio pujante y desarrollador de la industria automotriz, lo cierto es que saldo comercial del complejo frutihortícola es superavitario. En 2013, las exportaciones del complejo frutihortícola alcanzaron los US$ millones; el sector de la uva (vino incluido)  que aportó la para nada despreciable suma de US$ 1300 millones. Las importaciones de frutas, hotalizas y productos derivados apenas si alcanzaron los US$ 400 millones.

Por su parte, las exportaciones de autos y autopartes llegaron a los 11.000 millones pero las importaciones superaron los 14 millones. Básicamente, el superávit de divisas que genera el sector frutihortícola más el complejo de la uva equivale al déficit que genera el sector automotor.

A más de un funcionario le gustaría poder imprimir dólares, pero lamentablemente, no es posible (nota para Guillermo Moreno: los Cedines no cuentan) Sin embargo, la Argentina tiene la suerte de poder hacer crecer los billetes verdes en los árboles y en el campo.

Es increíble que desde el Gobierno hagan todo lo posible para evitarlo con derechos a las exportaciones, ROE y un tipo de cambio oficial artificialemente bajo que sólo beneficia al ensamblador de celulares y televisores en Tierra del Fuego y al que compra dólar ahorro para revenderlo en el mercado paralelo.

Fuente: LA NACIÓN 

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